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6.11.15

La UCR, un partido de alquiler








La convención de la UCR de Gualeguaychú, en marzo. | TÉLAM

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▪ En un eventual gobierno de Macri, el radicalismo deberá contentarse con el Ministerio de Justicia que le prometieron a Sanz. La centenaria fuerza le entregó su estructura nacional a la derecha porteña, pero recibirá poco a cambio. Las fricciones en Cambiemos y el riesgo de la ingobernabilidad.

El mismo día en que el ministro de Justicia de la Nación, Julio Alak, presentó a los candidatos del Poder Ejecutivo para cubrir las vacantes en la Corte Suprema, Domingo Sesin y Eduardo Sarrabayrouse, el jefe de la UCR, Ernesto Sanz, anticipó que su partido no avalaría el tratamiento de los pliegos porque Cristina Fernández de Kirchner “no tiene legitimación [sic] política” para proponer los nombres para completar la integración del alto tribunal. 
Para el radical conservador mendocino, la presidenta, que ganó las elecciones con más del 54% de los votos y dejará el Gobierno con al menos 50% de imagen positiva, no tiene legitimidad para cumplir con una facultad asignada por la Constitución, pero él, que fue aplastado por Mauricio Macri en las PASO del 9 agosto –obtuvo apenas el 11%–, sí tendría “legitimación” para decir lo que dice. Alguien debería decirle a Sanz que si hay alguien deslegitimado, ese es precisamente él, al que ni sus propios correligionarios votaron en la interna contra el macrismo y Elisa Carrió.  
Quizá Sanz esté mareado con la sorprendente elección de Macri el 25 de octubre y por ello desvaríe. Quizá el premio consuelo que tendrá como ministro de Justicia de un eventual gobierno de Cambiemos lo entusiasma tanto que ya cree que desempeña esa función. Sea como fuere, el senador nacional es el gran entregador del centenario partido a la derecha porteña y, más tarde o más temprano, deberá rendir cuentas por ello.

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El politólogo Federico Rossi reseña en Anfibia cómo la UCR fue perdiendo líderes a medida que la Alianza (UCR-Frepaso) “se derrumbó y la muerte de Raúl Alfonsín disolvió el último proyecto nacional y movimientista” del radicalismo. 
Desde entonces, la UCR “perdió dirigentes por izquierda y derecha, muchos de ellos ya olvidados, pero algunos cruciales para el resultado de las últimas elecciones. De hecho, el PRO de Macri fue creado por Ricardo López Murphy. Melchor y Gustavo Posse, en San Isidro, primero se ofrecieron a Alberto Rodríguez Saá, luego se hicieron kirchneristas y actualmente pertenecen a Cambiemos. Y Elisa Carrió se sostuvo como candidata y –cada vez más– como armadora de coaliciones electorales por fuera del peronismo desde que salió de la UCR. La vicepresidencia de Julio Cobos fue el paso siguiente en el proceso en el que la UCR aceptó un rol cada vez menos visible en la construcción de poder territorial”.
Cobos, por entonces gobernador de Mendoza, conformó el grupo de radicales K que apoyaron la primera etapa del kirchnerismo. Junto con él estuvieron los primos Colombi, de Corrientes; Miguel Saiz, de Río Negro; Eduardo Brizuela del Moral, de Catamarca, y Gerardo Zamora, de Santiago del Estero, e intendentes como Posse y Daniel Katz, de Mar del Plata. En otra muestra de la mutación radical, de ese grupo, solo Zamora y dirigentes de Forja, como Gustavo López, siguen aliados al Gobierno. 
“Lo que encontramos en Cambiemos es un esquema de alianza entre un grupo con presencia mediática y sin territorialidad, y un histórico actor territorial sin capacidad de ganar elecciones nacionales, que alquila su capilaridad ante la promesa de constituir un gobierno de coalición”, analiza Rossi. “En la Argentina, la UCR ensayó diferentes estrategias en coalición para volver al poder desde la elección histórica de 1995 que marcó el final de 50 años de bipartidismo nacional, y relegó al radicalismo a un tercer puesto”, recuerda. Ese año, el PJ ganó las elecciones con Carlos Menem (fue reelegido) y en segundo lugar quedó el Frepaso, con José Octavio Bordón. Desde entonces, en cada elección, la UCR “ofreció su capilaridad territorial a cambio de un premio cada vez menor”.
Según Rossi, las elites radicales que apoyaron a Sanz en la convención de Gualeguaychú para sellar un acuerdo con Macri “parecieran haberse inspirado” en el PMDB de Brasil: “decidieron renunciar a tener candidatos nacionales a cambio de gobernar por otros canales. En 2015, la renuncia de los radicales es mayor que la de Cobos durante el kirchnerismo: Sanz no logró ser siquiera el candidato a vicepresidente y fue aplastado en unas PASO en las que participó aunque sabía que no tenía ninguna posibilidad de ganar”.
Ahora, el dilema de la UCR es el mismo que el del PMDB: cómo conseguir desde la territorialidad cargos políticos nacionales, apunta Rossi. “En el PRO, buscan evitar fricciones ya que dependen de que la UCR desee seguir alquilando su base territorial. Eso sube la apuesta sobre a cambio de qué lo haría. Por ahora sería por un premio muy menor: el Ministerio de Justicia para Sanz. Si esto sucediese, se repetiría la historia de exclusión que la UCR le hizo al Frepaso y luego sufrió, en su versión K, desde el kirchnerismo”, añade.
“El problema de base es que la creciente territorialización de la política argentina hace muy complejo construir alianzas coherentes ideológicamente, lo que lleva a inevitables problemas entre sus socios. La experiencia de las alianzas argentinas hace difícil avizorar la construcción de una administración que ofrezca gobernabilidad al integrar a una desdibujada –pero aun mayormente alfonsinista– UCR junto a los sectores neoliberales y conservadores que, como lo muestra su equipo de economistas, componen el núcleo duro del PRO”, concluye.
De ganar Macri el balotaje del 22 de noviembre, le esperan a la UCR tiempos difíciles no bien se calme la euforia de la eventual victoria electoral que significará, de darse, la reinstauración conservadora. Los radicales le pasarán factura a ese sector del partido desplazado a la derecha, donde se sienten cómodos Sanz, el cordobés Oscar Aguad o el correntino Ricardo Colombi, que ven en Macri al único aventurero capaz de poner en marcha en el país la etapa de revancha contra el kirchnerismo, con el apoyo de los sectores más reaccionarios de la política, la corporación económica y los medios de comunicación. 

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