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12.11.12

El asesino y la yegua

Menéndez, cuchillo en mano, en 1984. | Enrique Rosito


Fito Paniagua

La foto fue publicada en el diario francés Libération, con el título "Al que me llame asesino, lo mato". Es Luciano Benjamín Menéndez, a la salida del programa de Neustadt, en agosto de 1984, que amenaza con atacar a manifestantes que lo habían abucheado. El hecho fue recordado por Verbitsky para marcar el contrasentido de tildar de dictadora a la misma mujer a la que, con carteles en las calles, se trata de ladrona y corrupta, como en el 8-N.


El 21 de agosto de 1984, el genocida Luciano Benjamín Menéndez, que fue jefe del III Cuerpo del Ejército durante la cruenta dictadura cívico-militar del 76-83, salía de Canal 13, adonde había ido a participar del programa Tiempo nuevo, de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona.
Lo esperaban allí, en la salida de la cochera de  la calle Lima, en el barrio porteño de Constitución, fotógrafos y un grupo de jóvenes y de Madres de Plaza de Mayo. Le gritaron “asesino”. Menéndez bajó de su Ford Falcon e intentó atacar con su cuchillo de paracaidista a un manifestante. La custodia lo contuvo.
Enrique Rosito, en ese entonces de la agencia DYN, es el autor de la foto en que se ve a Menéndez, facón en mano, dispuesto a ir contra la manifestación.
El diario francés Libération publicó en tapa esa foto con el título “Al que me llame asesino, lo mato”.
El hecho fue recordado por Horacio Verbitsky en Página 12 el día después del 8-N y también el sábado, en el programa de Jorge Coscia, Puerto Cultura (Canal 9).
El recuerdo surgió ante la pregunta de Coscia sobre qué piensa Verbitsky de quienes acusan al gobierno de Cristina Fernández de ser una dictadura, una de las consignas gritadas en la manifestación del 8-N, tomada de los editoriales de los medios opositores.
 “Nada asocia a los manifestantes con Menéndez. Pero aquella tapa [de Libération]  evoca el contrasentido de gritar contra la presunta dictadora sin ningún temor por las consecuencias. Nadie protestaba en las calles contra Videla”, dice Verbitsky.
El ingenioso título de Libération sirve para no olvidar que muchos de los que hoy tildan al Gobierno nacional de “dictadura K”  fueron ayer cómplices del terrorismo de Estado de 1976-1983. Y sirve también para marcar lo absurdo de los vocingleros, muchos de ellos periodistas, que acusan de dictadora a la misma mujer a la que tratan de yegua y ladrona. Lo gritan y lo escriben en carteles, en las calles, ante la mirada de miles de personas y de las cámaras de TV y fotógrafos. ¿Dictadura?

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