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25.4.12

El Medio Pelo, un socio ficticio de Repsol


Hernán Álvarez

Se queja del precio del combustible, pero se opone a la expropiación de la petrolera Repsol. Argumenta que, con esa medida, la Argentina queda mal parada ante los capitales del mundo. Se pone “la calcomanía de una supuesta aristocracia” de la cual no forma parte de modo alguno. Así vive, en esa ficción.

A esta altura de las tensiones y distensiones de la historia nacional, debería quedar claro que, además de las clases baja, alta y media, existe un grupo social ya conformado al que Jauretche denomina el Medio Pelo. Este sector de la sociedad argentina vive de manera real entre las clases baja y media, pero actúa desde un lugar ficticio con la clase alta como su objeto de admiración.
En esta parte de la historia, el Medio Pelo cumple, contante y sonante, su rol interpretado por la caracterización que Jauretche representó ya hace más de medio siglo. Por ejemplo, los debates que lanza el Gobierno nacional en la Argentina del Bicentenario hacen emerger la representación de ese grupo social que, al pie de su letra, se queja de los precios de los combustibles, pero se satisface al oponerse a la expropiación de la petrolera española Repsol, como si esta compañía le otorgara beneficio alguno para él o para la Nación. Se asocia, sin ser socio, al capitalismo extranjero, aunque tenga que “chillar” para llenar el tanque en una estación de servicio.
Para Jauretche, si el Medio Pelo estuviera aislado no tendría importancia y le agradeceríamos porque nos divierte. Pero “lo grave es que ejerce magisterio y se extiende hasta ir absorbiendo a la nueva burguesía y parte de la clase media con sus pautas de imitación”. El Medio Pelo, al defender los intereses de Repsol y sostener que la Argentina queda “mal parada” ante los capitales del mundo, se pone “la calcomanía de una supuesta aristocracia” de la cual no forma parte de modo alguno.
A lo largo del Bicentenario, el Medio Pelo se mantuvo intacto: buscó siempre “la figuración, el prestigio y el buen tono”. Así vive, en esa ficción, una supuesta “burguesía” argentina que opta por el capitalismo extranjero antes de promover un capitalismo, si se quiere, más nacional. La historia demuestra a claras luces que la Argentina necesita de una burguesía que deje de admirar a París y Londres y sea capaz de elaborar su propio ideario.

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