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19.7.10

Y salió nomás


José Luis Brés Palacio

El amanecer del 15 tuvo un sabor distinto. Argentina había salido del clóset. Y de la mejor manera. Una sensación de que habíamos dado un paso como sociedad se presentaba como inevitable sensación. Es que con la aprobación de matrimonio igualitario, Argentina dio un salto en la dirección de concretar lo que Sandra Russo calificó como un “cambio de paradigma”.
Y no fue una salida alocada como hubiera sido la aprobación de la unión civil, que habría significado salir del clóset para quedar encerrados en el dormitorio. Muy por el contrario, los seis años que las organizaciones invirtieron en la elaboración del proyecto dieron merecidos frutos.
Pero, el avance es mucho más ponderable si tenemos en cuenta que, generalmente, las leyes van por detrás de los avances de conciencia de la mayoría. Esta ley hace punta y genera, por su sola existencia, un progreso. Le ganó al inconsciente colectivo por nocaut. Y lo madrugó.
Otro aspecto significativo es que esta ley cambia la idea que tenemos de las leyes. El argentino medio (y el latinoamericano, me animaría a decir) tiene la concepción punitiva de la ley. Algunos apotegmas de esta ideología son: “la ley castiga”, “la ley prohíbe”, “la ley condena”. Pues, a ninguno de estos responde la ley de matrimonio igualitario. Y los argentinos deberemos reconocer que es mucho más auspicioso el consagrar leyes que incluyan, que amparen, que protejan.
Presos de la ideología de la ley que obliga quedaron aquellos que se oponían a la ley en la falsa creencia de que, tras ser aprobada, debían buscar a alguien de su mismo sexo para casarse. Falaces, mentecatos y, fundamentalmente, trasnochados.
De ahora en más, la democracia concebida como polifonía de minorías (más allá de sus cuantificaciones numéricas) deberán ponerse a pensar cómo incluir, amparar y proteger a sectores vulnerables de nuestra sociedad. Que los hay, y cómo.
Por último, en esta nueva sociedad que a ojos vista queremos ser, deberemos dejar de ver nuestros propios intereses personales o de grupo como los únicos existentes. Deberemos aprender que nuestro deber como democracia y sociedad civilizada es ser cada vez más democráticos y civilizados, una tarea humana que, por suerte, será siempre inconclusa.

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14.7.10

Argentina, ¿saldrá del clóset?


José Luis Brés Palacio

Es increíble la capacidad de la iglesia católica, digo, la clerecía jerárquica, y su histórica “socia”, la derecha reaccionaria, para impedir los avances de conciencia hacia maneras más humanas de ser de las sociedades.
Es que, y esto hay que decirlo con todas las letras, el proyecto de matrimonio igualitario es un paso decisivo en la concepción de una sociedad más democrática. Y cuando hablamos de democracia, estamos concibiendo un concierto de minorías en el contexto de una “polis”, o sea, la sociedad políticamente organizada. Pero, es cierto que, al ser mayoritarias en número, algunas minorías llegan a creer que son las únicas y entonces están convencidas de que las leyes, y todo en la sociedad, deben responder sólo a sus intereses.
Este avance que significaría la aprobación de la ley del matrimonio igualitario tiene, al menos, cuatro aristas importantes.
Por un lado, significaría la incorporación de minorías en el sistema jurídico en las que no están solamente mujeres y hombres homosexuales, sino los hijos de esta forma de familia que hoy está pidiendo ser reconocida, incluida y respetada.
Por otro, reconocer que la tolerancia no es dejar que el diferente “sea”, “exista”; sino comprometernos a que vivan cada vez más entre todos, cada vez mejor, cada vez más humanos.
En tercer lugar, la legalización de una situación que hace mucho encontró su legitimidad: y es que el valor fundante de una familia es el amor que exista en ella y no si en esa familia hay un papá, una mamá y niños.
Por último, desmoronaría mitos implícitos, que no se expresan sólo porque hacerlo es políticamente incorrecto, como que los niños criados por homosexuales salen gays. No conozco ningún caso de homosexuales que no hayan sido criados en parejas heterosexuales. Los homosexuales son enfermos, anormales, etcétera. La familia tiene un sólo modelo posible: “la familia de Belén”.
Quienes se oponen a este paso adelante son aquellos que apoyaron en el pasado los “avances” de otras políticas: por ejemplo, las represivas de los setenta y las neoliberales de los noventa.
En realidad, la política debería ser el bosque. Y el árbol que lo tapa es la cuestión homosexual. Es de Perogrullo decir que el matrimonio igualitario no es el nudo gordiano de la enrevesada realidad argentina. Es que este proyecto no resuelve la cuestión gay, sino que apunta a un nuevo estado de conciencia, hacia un Estado laico e inclusor, en el que todavía quedan pasos por dar y profundizar otros que se han iniciado: legalización del aborto, separación del Estado argentino de la iglesia católica, distribución equitativa de la riqueza, democratización definitiva de los medios de comunicación masiva, regulación de las minas a cielo abierto, financiamiento de políticas compensatorias para sectores históricamente postergados, entre otros muchos.
El matrimonio igualitario es sólo un paso. No es el objetivo final. Que nadie se equivoque. Hay que decir también que la “santa” propuesta de unión civil es mojigatería pura.
Ojalá Argentina salga de clóset. Y que no le pase como a muchos, que por salir alocadamente del ropero, se quede encerrada en el dormitorio.

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