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15.12.09

El argentino medio


Fito Paniagua

La inseguridad y las protestas en las calles son por estos días en la Argentina las únicas noticias, y de nuevo se alzan voces a favor de la instauración de un Estado bayonetario para frenar la delincuencia y despejar de manifestaciones eso que ahora llaman “espacio público”. Si uno se dejara llevar por lo que informa gran parte de la prensa, llegaría rápidamente a la conclusión de que en este país ya no se puede vivir. Prevalece la idea de una nación sumida en el caos y la violencia prerrevolucionaria, y se respira una nostalgia noventista cuyo único fin es estimular en la sociedad la legitimación de medidas represivas.
El flamante ministro de Educación porteño, Abel Posse, días antes de asumir, dio cátedra de fascismo al escribir sobre la inseguridad y las protestas en una columna en La Nación, en la que plantea como una señal de cobardía el hecho de que el Estado no salga a matar a delincuentes y manifestantes para reinstaurar el orden en las calles.
Posse culpa a los Kirchner de prohijar “el vandalismo piquetero, el desborde lumpen y la indisciplina juvenil”, y de entregar la calle. Reivindica a la dictadura militar (habla de “virus ideológico”, “visión trotskoleninista”, “revolución socialguevarista”) y condena a los “guerrilleros que rodean” a los Kirchner y a quienes, en el tema de la inseguridad, se fugan “hacia la prevención educativa, la recuperación del joven delincuente y la inclusión social” y omiten hablar de “armas y medios de acción inmediato”.
El providelista Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural Argentina, aportó lo suyo: pidió “descabezar” el gobierno de la provincia de Buenos Aires, tras el trágico final de la familia Pomar (*), revelando, una vez más, el profundo desprecio del dirigente ruralista por el sistema republicano.
La voz de alerta sobre el supuesto estado de indefensión que vive la Argentina ya se había hecho sentir con fuerza con los eructos de Susana Giménez, Marcelo Tinelli y Mirtha Legrand sobre la inseguridad. Los tres conductores de TV, según ellos mismos, piensan “como el pueblo”, es decir, ellos son los intérpretes de una mayoría que cree que la delincuencia se combate a tiros y mandando a los chicos a los regimientos, y las calles se liberan a fuerza de represión policial, como si necesitáramos más Kosteki, Santillán y Fuentealba.
Ahora bien, llama la atención que alguien como Susana, que vive entre Punta del Este y Miami, se constituya en referente de millones de personas que viven en Argentina y en exegeta de sus problemas cotidianos, y alguien como Tinelli, que en su programa hace una clara apología de la violencia y rinde culto a un personaje grotesco hijo de un millonario, entre otras obscenidades, se revele preocupado por lo que pasa en las calles.
Hace unos días, mataron a una mujer en Lanús para, según las noticias, robarle el auto, y el hecho desató la furia de un grupo de vecinos, que, siguiendo los consejos para combatir la inseguridad de la carismática diva de la TV pidió el regreso del servicio militar obligatorio y la muerte para los delincuentes. ¿Se acuerdan de “el que mata debe morir”?
Con autoridad para hablar del tema o sin ella, lo cierto es que lo que dicen Marcelo, Mirtha y Susana sobre la inseguridad encuentran eco no sólo en los medios. Sus afirmaciones tienen gran aceptación en el argentino medio, que, como tituló una vez la revista Barcelona, se revela cada tanto como medio facho, medio garca y medio tilingo.
Quizá la respuesta a este fenómeno de identificación con frívolos personajes de la farándula y su veleidosa visión de asuntos bien complejos, se halle en esa profunda contradicción que anima al argentino medio, que, por dar un ejemplo, hace que se sienta extasiado con José Pepe Mujica, el ex tupamaro elegido presidente del Uruguay, pero condena el supuesto perfil setentista del gobierno de los Kirchner.
Por si no está claro, Mujica fue un guerrillero, que, como los montoneros en Argentina, optó por la lucha armada en la década de los 60 en Uruguay. Fue uno de los fundadores del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, se enfrentó a tiros con la policía, huyó por las cloacas, fue herido gravemente de seis balazos, se escapó dos veces de la cárcel de Punta Carretas, estuvo preso 13 años, fue torturado…
Pese a la admiración que despierta, es impensable que alguien como Mujica sea elegido presidente de Argentina, un país que aún justifica y reivindica el terrorismo de Estado y todo aquello contra lo que precisamente luchó el electo presidente de Uruguay en defensa de los desamparados.
Mirtha, Susana, Tinelli, Biolcati, la líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió; el escritor Marcos Aguinis y el rabino Sergio Bergman (versión intelectualizada del aforista José Narosky), por nombrar sólo a algunos, constituyen hoy un concierto de voces opositoras al gobierno de los Kirchner, en el que ven la amenaza de un Estado socialguevarista, por citar terminología de Posse, sólo por esa suave brisa de progresismo que sopla desde la Casa Rosada.
Aguinis llegó a hablar de grupos armados en el norte del país, al mejor estilo de los 60 y 70, dispuestos a sembrar el terror. Y Bergman, en uno de sus aforismos, dice, palabras más, palabras menos, que “hay que dejar de conmoverse y empezar a moverse”, esto es, movilizarse, salir a las calles, protestar. Ahora bien, Bergman pide movilizarse contra los que se movilizan y cortan las calles de la ciudad de Buenos Aires.
Un informe del programa Seis, siete, ocho, de Canal 7, puso de manifiesto el perfil facho y tilingo del argentino medio. Por un lado, acepta al hijo del millonario estrella del programa de Tinelli al punto de convertirlo en modelo, y, por otro, rechaza a una luchadora social como la jujeña Milagro Sala, percibida por la “gente” como violenta, sobre todo, a partir de la denuncia en su contra del ex jefe de la UCR Gerardo Morales, por un episodio que vivió el siempre crispado senador en Jujuy.
La inseguridad en la Argentina es real y existe la sensación de que ha crecido en los últimos años, sobre todo en centros urbanos del interior donde hace unos pocos años se podía caminar con tranquilidad y los actos de pillaje callejero eran menos frecuentes.
Pero las formas simplificadas de entender el fenómeno que proponen los medios de comunicación y algunos observadores de la realidad sólo llevan a estigmatizar a grupos sociales como peligrosos y violentos, a generar pánico, alimentar una cultura del miedo y conducir a ciertos sectores a replegarse y a apelar al odio y la intolerancia como métodos de autodefensa.
Después de todo, ¿quién es más violento? ¿El hijo del millonario que exhibe obscenamente su riqueza en TV? ¿O Sala, que lucha por los derechos básicos de miles de desamparados?

* Acerca de este caso, se puede leer en este blog Todos somos la familia Pomar

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14.12.09

A propósito de los Pomar y la maldita policía

Reproducimos gran parte de este artículo por cuestiones de corrección que este blog prioriza en las notas que publica. De todos modos, el texto completo puede leerse en http://www.agenciacomunas.com.ar/nota.asp?notaid=65838

Por Hernán Jaureguiber y Bernardo Alberte (h), Agencia Comunas. El llamado “misterio de los Pomar” nos ha brindado una muestra más de nuestra patética realidad. Hallados los cuerpos y el automóvil a la vera del camino, en el lugar más obvio para encontrarlos a las pocas horas del accidente, su demora de 24 días es la muestra más palmaria del siniestro accionar policial y de su descontrol. Huelgan las palabras para describir la inutilidad de las fuerzas policiales para cumplir sus elementales tareas. ¡Que huérfanos de musas inspiradoras han quedado quienes se atrevan a abordar el género literario de la novela policial!
Lejos del genial Sherloock Holmes, nuestros sabuesos han demostrado que sólo tienen olfato para la mozzarella y los delitos de la prostitución y el narcotráfico, claro que en estos casos como socios del crimen.
Las autoridades políticas, muestran su inaniedad de recursos para conducir a los delincuentes de uniforme. Estas líneas no intentan teorizaciones sobre criminología, ni recetas contra la inseguridad, porque sus autores no tienen el conocimiento para brindarlas.
Sin embargo, sumando todos los casos irresueltos de investigación, prevención y represión del delito, resulta evidente que los agentes del orden vernáculos, únicamente sirven para reprimir protestas estudiantiles, sociales o desórdenes en recitales, sin siquiera lograr los básicos fines de dispersión de la multitud, pese a que en sus fallidos intentos, siempre despuntan su vicio de golpear salvajemente a individuos desarmados.
A la lista de fracasos policiales debe agregarse la impunidad y el escándalo en el procedimiento, que incluye sospechar a las propias víctimas, citando por caso, el del padre de la niña Sofía, detenido y sospechado al igual que ocurrió con Fernando Pomar durante estos 24 días.
Qué decir del destino del testigo Julio López. O de José Luis Cabezas. O de la Masacre de Ramallo. O el crimen de Kosteky y Santillán. Siempre la maldita policía involucrada directa o indirectamente. Imposible no sumar a la lista las vinculaciones en el caso Amia en donde se sospecha del comisario Palacios, devenido en la respuesta del jefe de Gobierno porteño para garantizar seguridad a sus vecinos.
Y entonces, frente al reclamo incesante de sectores de la población clamando ¡se-gu-ri-dad, se-gu-ri-dad¡ resulta una obviedad concluir que no puede esperarse un éxito en la materia, contando como sujetos activos de las medidas reclamadas a estos agentes impresentables.
¿Cuántas muestras más se precisan para saber que quienes deben garantizar la seguridad no saben absolutamente nada sobre el tema, ni son idóneos y además están involucrados en los peores crímenes que deberían combatir? No se trata de razones ideológicas de izquierda o derecha, como podría suponer un análisis sobre las causas del delito; o la necesidad (o vocación) de algunos sectores de reprimirlo a costa de cualquier medio. Se trata simplemente del análisis de la segunda opción, no respecto de su legitimidad ética, sino de su efectividad, aún prescindiendo de la exégesis moral.
Darle más poder de fuego o de operatividad a los elementos policiales es como darle un cuchillo a un simio, que sin dudas atacará a cualquiera, incluido su amo. De quienes no encuentran a 4 cuerpos desperdigados en 40 km, mal puede esperarse que encuentren a un asesino y mucho menos que lo aprehendan en movimiento.
Es inconsistente cualquier argumento que se dirija únicamente contra las autoridades civiles para fundar el descontrol de estas fuerzas, puesto que las condujeron desde menemistas fiesteros, hasta militares fascistas como el caso Rico, llegando a recontra derechosos como Macri, que se topa desde el inicio con el nada fino de Palacios y sus escandalosos espionajes sin poder controlarlo. Tampoco resultaron acertadas las políticas cuasiprogresistas como las intentadas por Arslanian, Juampi Cafiero, entre otros.
Es notorio que no depende de la conducción política, ni judicial, porque no esperarán que un ministro reemplace al custodio de una sucursal bancaria mientras éste manda mensajes de texto en vez de estar atento a la circulación de personas. Como tampoco puede pedírsele a la fiscal que recorra, a pie o a caballo, los 40 km donde fueron encontrados los cuerpos de los desdichados Pomar. Se podrá decir que las fuerzas deben ser purgadas, pero resulta a todas luces una tarea, por lo menos, sumamente extensa en tiempo que no evacuará las necesidades urgentes de los atemorizados clamantes de seguridad.
Por lo demás, la novel policía de la Ciudad de Buenos Aires, es el caso más patente de la imposibilidad de la purga, cuando la corrupción existe antes de que nazca la criatura. Por lo tanto es notorio que, si existen soluciones, estas no son sencillas ni pueden ejecutarse con la celeridad que espera parte de la población, mediante reclamos amplificados por los tendenciosos medios de comunicación. Estamos frente a un problema serio, que no parece de breve resolución.
Entonces, admitiendo que la apuesta es a largo plazo se impone el deber de analizar si no es más conveniente (por supuesto que además de ético) suprimir las causas que producen el delito antes que atacar al hecho ya consumado, puesto que esta tarea, aunque lenta también, parece menos difícil que enderezar a las fuerzas policiales.

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10.12.09

Todos somos la familia Pomar

Catriel López Acosta,
periodista



El caso de la familia muerta y abandonada al costado de la ruta por casi 30 días conmocionó al país. La procesión de conocidos y desconocidos al lugar del accidente, los debates públicos sobre el hecho, las conversaciones privadas de lamento y desconsuelo. Todos son síntomas de una catástrofe nacional, de la congoja de todo un pueblo. Pero hilando más fino se nota también que es un reflejo de nuestra sociedad: accidentada, abandonada, sin nadie que la pueda ayudar. Muerta.
Algún ávido periodista de policiales notó enseguida que la desaparición de una familia entera, sin pistas o hipótesis firmes, era una gran noticia. Y lo fue. La misma se desparramó y comenzó a crecer a medida que pasaban los días y la familia no aparecía.
Los Pomar salieron de su casa el 14 de noviembre de una localidad bonaerense a otra. De José Mármol a Pergamino. No llegaron nunca. Sus familiares no podían comunicarse. No hubo una llamada de alerta. No hubo pedido de rescate. A penas una fotografía automática tomada por la cámara de un peaje, de uno de los caminos que une José Mármol con Pergamino. Justamente.
Un funcionario, casi tan despierto como el periodista que descubrió la noticia, ordenó inmediatamente que se movilicen todas las fuerzas de seguridad. Y lo hicieron, por aire, tierra y agua. La noticia ahora era el trabajo de búsqueda, los helicópteros y los policías con perros; ya no los desaparecidos.
En cualquier programa de televisión, de radio, o simplemente en alguna peluquería, bar o reunión de amigos, se deslizaban hipótesis. Cada quien se quedaba con la que más le gustaba: el padre abusador que violaba sistemáticamente a sus hijas y, perdido en su locura, no tuvo más remedio que matar a su familia y suicidarse. La del esposo violento, golpeador y que terminaba con el mismo desenlace. El secuestro, decían otros sin mucho fundamentos. Que se escaparon, calculaban quienes se paraban a opinar desde la situación económica de los Pomar. Y otro descartaba: “Si en Argentina todos los que tienen deudas desaparecen… ¿quién queda en el país?”. Las versiones eran muchísimas.
Parece importante detenerse en una. Un señor, Zerpa de apellido, se sentó en un programa de televisión que basa el 90 por ciento de su contenido en el sexo, que invita a chicas casi desnudas y habla de esposos infieles y que viven de boliche en boliche. Ese señor, Zerpa, sentado en esa mesa, opinó de una familia entera que hace casi 30 días nadie veía.
Habló de un secuestro ovni, de lo que este tipo de gente llama abducción, y que cinematográficamente generalmente se representa con una luz blanca levantando una persona o un auto hasta un platillo volador extraterrestre.
Zerpa quizá no pensó en la madre y abuela que podía estar mirando el programa, buscando respuestas, rezando por la vida de cuatro de sus personas más amadas. Que seguramente no comía y no dormía hacía mucho tiempo, que estaba muy triste y desesperada. A la que nadie llamaba pese a que la foto de sus dos nietitas salía cada cinco minutos por televisión. Y su hijo, el que crió de bebé, también en la foto. Y ese señor Zerpa que le decía que vino el platillo de James Cameron y lo llevó con su luz blanca para meterle tubos en la nariz.
Zerpa habló en el programa un día antes que aparezcan los Pomar muertos. Fue en el programa mejor llamado de la televisión argentina: Animales sueltos, mejor llamado no porque el nombre sea bonito, está claro.
Cuando aparecieron los cuerpos, las hipótesis cayeron. Los Pomar quizá tenían algunos problemas económicos, como tantos. Quizá el hombre de la casa no era una persona de carácter suave, pero hay muchos que no lo son y no por eso asesinan a su familia. Nada parece indicar que don Pomar haya violado a sus hijas.
Argentina se quedó sin hipótesis, se atragantó con su mediocridad, se dio cuenta de que la que se murió fue una familia como tantas otras. Una familia que salió de viaje, buscando trabajo en su fin más profundo, con los problemas económicos a cuestas, con el cansancio seguramente corroyendo a una pareja por dificultades que todos tienen. Una familia que, como tantas otras, tuvo un accidente.
Los programas de televisión, las peluquerías y los bares se quedaron sin nada para agregar. Podría decirse que los Pomar le dieron una lección y que muchos iban a aprender a ser más cautos a la hora de opinar. No fue así. Vino la catarsis.
Y la catarsis fue, como tantas otras veces, buscar a los culpables. Culpables, culpables; y no como esos inmunes extraterrestres que abducen y se van.
Y así anda el país, tratando de culpar a la policía, al perro que no olió el olor a la muerte o el helicóptero que no voló sobre la desgracia. Y no se da cuenta de que su agonía es tan intensa como la de las dos nenas Pomar y de sus padres.
Argentina es un país accidentado desde hace años, abandonado al costado de todas las rutas que la pueden llevar al progreso, con personas inoperantes y corruptas a cargo, que no lo van a poder sacar jamás de entre la maleza.
Y como esta nota está dirigida a gente que vive en Argentina, se podría decir que todos somos la familia Pomar, viajando camino a la muerte, sino se hace un alto y se cambia el rumbo pronto.

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3.12.09

Los mayas, el fin del mundo y el NEA


Fito Paniagua

Justo cuando NatGeo emitía un documental dedicado a las predicciones mayas sobre el fin del mundo, el nordeste argentino quedaba a oscuras por la salida de servicio de la represa hidroeléctrica de Yacyretá. A poco del inicio del apagón, cerca de la medianoche del domingo 29, una fuerte tormenta se abatió sobre la región, que soporta desde hace unas semanas intensas lluvias y la crecida de los ríos, con las consecuencias previsibles en una zona donde gran parte de la población subsiste en la pobreza.
En verano, el fin del mundo se siente más cerca en estas tierras, asoladas por los cortes de luz cada vez que la temperatura se acerca a los 40º y por el agua que llega hasta las rodillas cada vez que llueve mucho. Cualquier embate de la naturaleza hace colapsar la infraestructura y los servicios más básicos, y deja a miles de pobladores en medio del desamparo. Sólo por la lluvia del lunes a la madrugada, unas 3.000 personas debieron abandonar sus casas en la capital correntina.
Se dice habitualmente que las precipitaciones son cada vez más intensas y que es difícil hacer frente a fenómenos extraordinarios como el ocurrido en los últimos días, cuando en algunas localidades de la región llovió más de 200 milímetros en pocas horas. También se dice que los apagones son inevitables porque el consumo excede la capacidad de las redes de energía, pese a que en esta región se emplaza una de las represas más importantes del país, la misma que salió de servicio el domingo por casi tres horas, en prevención ante una tormenta del tamaño de la provincia de Corrientes.
Más allá de estos fenómenos extraordinarios, en la ciudad de Corrientes, un conglomerado urbano de unos 300.000 habitantes, son habituales los cortes de luz durante la canícula, y lo son más aún en el interior de la provincia, donde el servicio de energía es realmente precario. El mismo jefe de la Dirección Provincial de Energía (DPEC), Julio Espínola, dijo hace poco que los cortes de energía no se podrán evitar debido a que en décadas no se invirtió un solo peso en las redes. Lo dijo como si tratara de una revelación y como si él no fuera en parte responsable de semejante cuadro de abandono.
Sin entrar a analizar los porqués de los sucesos climáticos bruscos y violentos como los ocurridos en los últimos días (aunque es sabido cómo ha influido el hombre en el curso de la naturaleza en los últimos cien años), es posible prepararse para que el calor, las lluvias y las crecidas de los ríos provoquen daños menores. Para ello son necesarias planificación y decisión política de invertir en infraestructura clave y no en obras que sólo dan réditos electorales y sirven para que los funcionarios sean aplaudidos durante el corte de cintas.
En general, los barrios que se inundan cada vez que llueve fuerte son los que construye el Estado en las zonas periféricas de los centros urbanos, con materiales de bajo costo y sin la infraestructura adecuada. Eso sí son muy costosos, porque la obra pública es en Argentina un gran negociado del que usufructúan funcionarios y empresarios.
En un artículo publicado en Le Monde diplomatique sobre las muertes que causó la canícula en Francia en agosto de 2003, Martin Winckler, médico y escritor, opina que es posible prepararse para una catástrofe, aunque ésta sea de gran envergadura. Y marca que, si bien un terremoto puede implicar varias decenas de miles de muertos en Turquía, un país como Japón supo equiparse para que un sismo de igual amplitud produzca sólo un puñado de víctimas.
A fines de 2004, un tsunami azotó Indonesia y dejó más de 200 mil muertos en una vasta zona del océano Índico. La devastación fue única, sin embargo, de haber existido un sistema de alerta en la zona las consecuencias hubiesen sido menores para muchas de las poblaciones que fueron literalmente arrasadas por el agua. Está claro que un fenómeno natural golpea con más fuerza allí donde el desamparo es mayor.
Si los mayas fueron capaces de vaticinar cataclismos que, posiblemente, terminarán con el mundo el 21 de diciembre de 2012, según el documental de NatGeo que no pudimos terminar de ver el domingo por el apagón, hoy, con los adelantos tecnológicos los fenómenos climáticos no pueden resultar imprevisibles.
Nadie desconoce que la temperatura del planeta va en aumento y que los veranos se tornan cada vez más implacables. Por lo tanto, es lógico que el consumo de energía aumente en esa época, con lo que el colapso de la red de energía responde más a la falta de previsión y a la desidia de los gobernantes que a la proliferación de los ambientes refrigerados en los centros urbanos.
Lo mismo ocurre con las lluvias. Las precipitaciones son cada vez más intensas y los informes meteorológicos dan cuenta de ello con suficiente anticipación. Y hay razones para que así ocurra: por dar un ejemplo, la deforestación en el Impenetrable chaqueño, devenido en un páramo gracias a la soja, es un atentado que la naturaleza nos está haciendo pagar.
Con todo, y aún lejos de ser Japón, si se tomaran las medidas adecuadas, los efectos y las pérdidas serían menores. Hoy, en cambio, el estado de abandono de la infraestructura básica de los poblados está ocasionando estragos y las escasas soluciones que se dan en medio de la urgencia acarrean otros problemas. Con las lluvias, las redes de desagües colapsan, barrios enteros quedan bajo agua y la gente afectada, la mayoría pobre, pierde lo poco que tiene, todo porque lo que se hace en materia de obra pública es deficiente. Con los apagones, todo se paraliza y la economía se resiente: hace unas semanas, muchos comercios de la capital correntina decidieron no atender debido a la recurrencia de los cortes.
Sin embargo, esto parece no ser entendido por nuestros gobernantes, que siguen dilatando las soluciones para los verdaderos problemas, actuando siempre detrás de los acontecimientos y dilapidando dinero público en cuestiones que están lejos de ser prioritarias. Mientras tanto, el precio que debemos pagar todos por tanta imprevisión, improvisación e impericia es demasiado alto.

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