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31.10.09

Avalanchas

Por José María Pasquini Durán, Página 12. ¿Argentina no está necesitando de alguna fiesta que levante los ánimos? No se puede vivir con la bronca alzada siempre, porque entonces todo se desmerece. Como el Gobierno peleó con los principales dueños de las noticias, el jueves en lugar de celebrar la asignación universal para cinco millones de chicos (hasta los 18 años), lo único que retumbaba en las pantallas, además de los crímenes de cada día, era el paro parcial de subterráneos y el corte de la Panamericana por un puñadito de veteranos de Malvinas.

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23.10.09

El Big Brother se retuerce

Por José Steinsleger, La Jornada. Cuán vasto y profundo habrá sido el terrorismo de Estado en Argentina (1976-83), que sólo un par de años después del golpe militar la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) admitió el clima de inseguridad y miedo reinante en las redacciones del país rioplatense. Para entonces, la tarea de exterminio y ocultamiento había alcanzado sus objetivos. Sin contar las víctimas del calentamiento previo (gobierno constitucional y represivo de Isabel Martínez), 118 periodistas y escritores fueron asesinados o desaparecidos. El Big Brother mediático y los adalides criollos de la libertad de expresión no se dieron por enterados.
Periódicos centenarios como La Nación (1870), La Prensa (1869), entre otros de gran tirada de la segunda mitad del siglo pasado (Clarín, Crónica, La Opinión), acataron al unísono el comunicado militar número 19 que establecía penas de 10 años de reclusión “al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las fuerzas armadas, de seguridad o policiales”.
Favorito de las clases medias, el editorial de Clarín dijo el día del golpe: La palabra presidencial (mensaje del general Videla) sin buscar aplausos anticipados ha fijado un rumbo apto para la solución de los problemas nacionales. En tanto La Nación (legendario vocero del medio pelo aristocrático) intituló el suyo con sobriedad: La edad de la razón.
El crimen pagó con creces. Por los servicios prestados, los militares traspasaron las acciones de la empresa mixta Papel Prensa SA a Clarín, La Nación y La Razón (1977). Felizota, doña Ernestina Herrera de Noble adoptó un par de niños. Sin embargo, a pesar de los emplazamientos legales de los organismos de derechos humanos, la justicia no ha podido dilucidar si los hijos de la dueña de Clarín son hijos de desaparecidos. Algo que, seguramente, para sus medios carece de importancia.
En una extraordinaria investigación acerca de la actitud de la prensa de la época, Eduardo Blaustein y Martín Zubieta precisan que la mayoría de las víctimas no fueron por haberse atrevido a publicar sus verdades "sino en su calidad de delegados sindicales o por su relación con organizaciones partidarias, de derechos humanos o político-militares" (Decíamos ayer, Ed. Colihue, 1998, p. 23).
Tal es la catadura de los grandes propietarios que hoy embisten contra la nueva ley de medios, promulgada por la presidenta Cristina Fernández el 9 de octubre pasado (ver artículo anterior, 14/10/09).
Kirchner ya tiene la ley de control de medios, tituló Clarín. O sea que frente a lo que es normal, legal y aceptado en cualquier país democrático, el propósito oficial de asignar las frecuencias radioeléctricas y establecer las condiciones que deben cumplir los dueños se califican de censura.
En descargo, Clarín publicó durante varios días un texto angelical intitulado 64 años creyendo en el país y construyendo medios argentinos. Empieza así: “Usted conoce Clarín. Somos un diario que nació en 1945 con una mirada nueva. La de ser un diario masivo y de calidad... Que privilegia la información y que desde lo editorial apuesta al desarrollo integral de la Argentina… Cuidando la independencia empresaria como reaseguro de la periodística”.
Continúa: “La paradoja es que en varios aspectos este proyecto se emparenta con la vocación de fragmentar y controlar que tenía la ley de la dictadura (¡sic!)… se imponen restricciones arbitrarias y alejadas de los ejemplos internacionales… desacreditar a los medios de comunicación como contrapeso de la democracia… Cuando las leyes son pensadas contra algunos, cuando el personalismo utiliza el poder del Estado y no encuentra freno en las instituciones, están en riesgo las garantías de todos”.
Cínicamente, el poder mediático argentino eligió el camino de la confrontación. ¿Debatir? Si lo hiciere, pondría al desnudo sus intereses corporativos. Cosa que trata con el eufemismo empresas periodísticas independientes, destinado a ocultar la realidad de un poder monopólico y oligopólico en manos de sólo cuatro empresas que absorben 84 por ciento de la demanda comunicacional.
El presidente de la Unión Cívica Radical, Gerardo Morales, observó que los principios que inspiran la nueva ley de medios “se basan en una teoría que tiene su basamento en la expansión del Estado”. Por su lado, el diputado Francisco de Narváez (consultar perfil en La Jornada, 1/7/09) aseguró que “la ley pretende controlar los medios de comunicación y la opinión pública”. Y aclarando que no la leyó, la comparó con el nuevo cuco del Big Brother: la política de comunicación chavista (sic).
En consonancia con algunos sectores de la izquierda elitista, ambos dirigentes esgrimieron la típica falacia liberal: medios de comunicación independientes del poder político. Como si frente a la apabullante dictadura mediática del capital monopolista, en Argentina, México y América Latina, el Estado no fuese la única fuerza política capaz de balancearlo.

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5.10.09

¿Cuándo murió Mercedes Sosa?


José Luis Brés Palacio

Vieja costumbre la olvidar las faltas de los muertos. Ésta era casi una marca registrada en mi familia. Recuerdo siempre que en el velatorio de un tío que se había muerto de cirrosis hepática que la única en admitir la humanidad del muerto fue mi tía Carmen.
“Murió de borracho, pero su mayor virtud fue la coherencia. Mamó hasta el último momento de su vida”, dijo.
Me temo que esta costumbre familiar responde a un mandato social asentado en el inconsciente colectivo. Quizás la prueba la tengamos con la cobertura periodística de la muerte de algún artista popular, o mejor, de aquellos que comúnmente llamamos “ídolos”.
Ayer, murió Mercedes Sosa.
En realidad, para algunos (muchos o pocos no importa en este caso), la voz de la Cantora se había callado cuando, en 2007, declaró que votaría por Mauricio Macri.
Cuando estalló aquella bomba, todos ardían en análisis políticos y de todos lados llovían comentarios; burlones, unos; críticos, otros.
Recuerdo también que en mí no había lugar para el análisis. Lisa y llanamente, me sentía traicionado. La Negra, quien me había hecho feliz tantas veces con sus declaraciones e interpretaciones de temas que no eran sólo arte. Eran ideología hechas sonido. Su voz me cautivaba a tal punto que, cuando me fui a verla en vivo, la emoción fue tanta que tardé varios minutos en darme cuenta de que estaba llorando. De alegría, pero llorando.
Como lloré, pero de tristeza, cuando por la radio, y en el programa que había creado con su genialidad, anunciaron que Adolfo Castelo (con una sola ele) había muerto.
Es que nuestros artistas (y más los “progres”) se habían vuelto referentes políticos nuestros.
Error.
El día que para mí Mercedes Sosa murió aprendí, con dolor y bronca, que el arte es esencialmente político; pero que los artistas tienen una ideología cuanto menos “voluble”, que son falibles y que, a veces, pueden llegar a ser falaces.
Lo aprendí mientras el negro humo que desde mi patio hacían los discos de La Negra al arder.
Mucho tardé en entender que aquella tarde no incineré lo que Mercedes Sosa había dicho (y hecho al decirlo), sino que había destinado a la hoguera a la creación de muchos poetas y músicos latinoamericanos que habían llegado a mí por la voz de la Cantora. Sólo por su voz. No por su coherencia o su genialidad.
Tardé, pero aprendí.
Y, nobleza obliga, extraño todo aquello que disparaba en mí esa voz.
Por eso, por estos días trataré de andar lejos de televisores y radios.
No sea cosa que, entre tanta pompa y circunstancia, se les ocurra poner en el aire la voz de La Negra.
Y la perdone.

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La prensa y la billetera


Fito Paniagua

El dirigente radical chaqueño Carlos Urlich condenó, hace unos días, a la “prensa adicta” al gobierno del peronista Jorge Capitanich, quien, según el hoy diputado nacional, “ha premiado a sus amigos con suculentas pautas publicitarias”. Urlich puso el dedo en la llaga en un tema crucial: el manejo de la publicidad oficial. Claro que, planteado por Urlich, el asunto pierde toda seriedad y se transforma en un acto de insolencia.
Según el radical, algunos periodistas chaqueños “no son más que escribas del poderoso de turno”, los editoriales y notas de opinión de esos “escribas rentados ya parecen simples dictados desde la Casa de Gobierno” y todo eso revela “cómo opera la billetera en la prensa, atacando a opositores y promoviendo sólo voces oficialistas”.
Es cierto que la prensa chaqueña padece de oficialismo congénito gracias a los millonarios desembolsos por publicidad oficial, pero Urlich, en su bravata publicada en DiarioChaco.com, omite un detalle importante: durante las gestiones de sus correligionarios Ángel Rozas y Roy Nikisch las cosas no fueron distintas.
El radicalismo chaqueño, en el poder desde 1995 hasta 2007, implantó un férreo control de la prensa a través de métodos equiparables con los de la dictadura militar y el manejo discrecional de la publicidad oficial. Según una denuncia de la Fundación Nelson Mandela, Rozas gastó, entre 1996 y 2003, 500 millones de dólares en publicitar su gestión, un dispendio ignominioso para una provincia con índices alarmantes de pobreza, analfabetismo, mortalidad infantil y necesidades básicas insatisfechas.
El gobierno radical tuvo también sus propios escribas rentados -los mismos que hoy escriben para Capitanich-; se apropió de los medios de comunicación privados con programas de clara factura oficialista, todos financiados con dinero público, y hasta tuvo una radio que, en forma ilegal, trasmitía vía satélite para el interior provincial desde el edificio de la Casa de Gobierno.
Durante los años dorados del rozismo, la Subsecretaría de Información Pública operó con poder de policía sobre los medios, con facultades para apretar, censurar y decidir despidos de periodistas. Claro está que semejante atropello a la libertad de prensa se pudo consumar con la anuencia de empresarios que vieron en el servilismo y la mentira un gran negocio, y de periodistas de renombre que, cheque en mano, actuaron como punteros políticos del radicalismo.
La billetera de la que habla Urlich sirvió para instalar el soborno y la extorsión como métodos legítimos para degradar el rol de la prensa al nivel de la alcahuetería. La degradación fue tal, que propietarios y directores de medios viajaron por el mundo como parte de la comitiva de Rozas, con todos los gastos a cuenta del erario público.
En esos aciagos tiempos, la información pasó a ser un monopolio exclusivo del Estado y los medios quedaron reducidos a apéndices del gran centro editor de contenidos, la Dirección de Prensa, desde donde se daba licencia para divulgar noticias falsas, montar campañas difamatorias contra los “enemigos” del gobierno, legitimar en la opinión pública todo tipo de atropellos institucionales y encubrir a funcionarios implicados en la comisión de ilícitos.
El propio Urlich -hay que decirlo- tiene cuentas pendientes con la Justicia. Su paso por la presidencia de la Cámara de Diputados del Chaco, durante el gobierno de Rozas, está marcado por una escandalosa artimaña para eludir una causa judicial en su contra que investiga el destino de 13 millones de pesos de un fondo para la construcción del edificio legislativo.
Hoy en la oposición, Urlich se arroga autoridad para criticar las prácticas de un periodismo a todas luces prostituido y degradado como el chaqueño, pese a que él fue miembro activo del régimen que propició y estructuró un sistema prostibulario bajo el que nadie pudo informar ni expresarse libremente durante una década.
Así, su duro embate contra la prensa chaqueña es una verdadera afrenta. Lo es para quienes han padecido la censura del gobierno radical, como les ha sucedido a dos columnistas de este blog, y lo es también en momentos en que se debate en el Congreso la nueva ley de radiodifusión, que ha despertado en la UCR y otros partidos de la oposición una enfurecida pero poco creíble defensa de la libertad de expresión.

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