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5.10.09

La prensa y la billetera


Fito Paniagua

El dirigente radical chaqueño Carlos Urlich condenó, hace unos días, a la “prensa adicta” al gobierno del peronista Jorge Capitanich, quien, según el hoy diputado nacional, “ha premiado a sus amigos con suculentas pautas publicitarias”. Urlich puso el dedo en la llaga en un tema crucial: el manejo de la publicidad oficial. Claro que, planteado por Urlich, el asunto pierde toda seriedad y se transforma en un acto de insolencia.
Según el radical, algunos periodistas chaqueños “no son más que escribas del poderoso de turno”, los editoriales y notas de opinión de esos “escribas rentados ya parecen simples dictados desde la Casa de Gobierno” y todo eso revela “cómo opera la billetera en la prensa, atacando a opositores y promoviendo sólo voces oficialistas”.
Es cierto que la prensa chaqueña padece de oficialismo congénito gracias a los millonarios desembolsos por publicidad oficial, pero Urlich, en su bravata publicada en DiarioChaco.com, omite un detalle importante: durante las gestiones de sus correligionarios Ángel Rozas y Roy Nikisch las cosas no fueron distintas.
El radicalismo chaqueño, en el poder desde 1995 hasta 2007, implantó un férreo control de la prensa a través de métodos equiparables con los de la dictadura militar y el manejo discrecional de la publicidad oficial. Según una denuncia de la Fundación Nelson Mandela, Rozas gastó, entre 1996 y 2003, 500 millones de dólares en publicitar su gestión, un dispendio ignominioso para una provincia con índices alarmantes de pobreza, analfabetismo, mortalidad infantil y necesidades básicas insatisfechas.
El gobierno radical tuvo también sus propios escribas rentados -los mismos que hoy escriben para Capitanich-; se apropió de los medios de comunicación privados con programas de clara factura oficialista, todos financiados con dinero público, y hasta tuvo una radio que, en forma ilegal, trasmitía vía satélite para el interior provincial desde el edificio de la Casa de Gobierno.
Durante los años dorados del rozismo, la Subsecretaría de Información Pública operó con poder de policía sobre los medios, con facultades para apretar, censurar y decidir despidos de periodistas. Claro está que semejante atropello a la libertad de prensa se pudo consumar con la anuencia de empresarios que vieron en el servilismo y la mentira un gran negocio, y de periodistas de renombre que, cheque en mano, actuaron como punteros políticos del radicalismo.
La billetera de la que habla Urlich sirvió para instalar el soborno y la extorsión como métodos legítimos para degradar el rol de la prensa al nivel de la alcahuetería. La degradación fue tal, que propietarios y directores de medios viajaron por el mundo como parte de la comitiva de Rozas, con todos los gastos a cuenta del erario público.
En esos aciagos tiempos, la información pasó a ser un monopolio exclusivo del Estado y los medios quedaron reducidos a apéndices del gran centro editor de contenidos, la Dirección de Prensa, desde donde se daba licencia para divulgar noticias falsas, montar campañas difamatorias contra los “enemigos” del gobierno, legitimar en la opinión pública todo tipo de atropellos institucionales y encubrir a funcionarios implicados en la comisión de ilícitos.
El propio Urlich -hay que decirlo- tiene cuentas pendientes con la Justicia. Su paso por la presidencia de la Cámara de Diputados del Chaco, durante el gobierno de Rozas, está marcado por una escandalosa artimaña para eludir una causa judicial en su contra que investiga el destino de 13 millones de pesos de un fondo para la construcción del edificio legislativo.
Hoy en la oposición, Urlich se arroga autoridad para criticar las prácticas de un periodismo a todas luces prostituido y degradado como el chaqueño, pese a que él fue miembro activo del régimen que propició y estructuró un sistema prostibulario bajo el que nadie pudo informar ni expresarse libremente durante una década.
Así, su duro embate contra la prensa chaqueña es una verdadera afrenta. Lo es para quienes han padecido la censura del gobierno radical, como les ha sucedido a dos columnistas de este blog, y lo es también en momentos en que se debate en el Congreso la nueva ley de radiodifusión, que ha despertado en la UCR y otros partidos de la oposición una enfurecida pero poco creíble defensa de la libertad de expresión.

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