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5.10.09

¿Cuándo murió Mercedes Sosa?


José Luis Brés Palacio

Vieja costumbre la olvidar las faltas de los muertos. Ésta era casi una marca registrada en mi familia. Recuerdo siempre que en el velatorio de un tío que se había muerto de cirrosis hepática que la única en admitir la humanidad del muerto fue mi tía Carmen.
“Murió de borracho, pero su mayor virtud fue la coherencia. Mamó hasta el último momento de su vida”, dijo.
Me temo que esta costumbre familiar responde a un mandato social asentado en el inconsciente colectivo. Quizás la prueba la tengamos con la cobertura periodística de la muerte de algún artista popular, o mejor, de aquellos que comúnmente llamamos “ídolos”.
Ayer, murió Mercedes Sosa.
En realidad, para algunos (muchos o pocos no importa en este caso), la voz de la Cantora se había callado cuando, en 2007, declaró que votaría por Mauricio Macri.
Cuando estalló aquella bomba, todos ardían en análisis políticos y de todos lados llovían comentarios; burlones, unos; críticos, otros.
Recuerdo también que en mí no había lugar para el análisis. Lisa y llanamente, me sentía traicionado. La Negra, quien me había hecho feliz tantas veces con sus declaraciones e interpretaciones de temas que no eran sólo arte. Eran ideología hechas sonido. Su voz me cautivaba a tal punto que, cuando me fui a verla en vivo, la emoción fue tanta que tardé varios minutos en darme cuenta de que estaba llorando. De alegría, pero llorando.
Como lloré, pero de tristeza, cuando por la radio, y en el programa que había creado con su genialidad, anunciaron que Adolfo Castelo (con una sola ele) había muerto.
Es que nuestros artistas (y más los “progres”) se habían vuelto referentes políticos nuestros.
Error.
El día que para mí Mercedes Sosa murió aprendí, con dolor y bronca, que el arte es esencialmente político; pero que los artistas tienen una ideología cuanto menos “voluble”, que son falibles y que, a veces, pueden llegar a ser falaces.
Lo aprendí mientras el negro humo que desde mi patio hacían los discos de La Negra al arder.
Mucho tardé en entender que aquella tarde no incineré lo que Mercedes Sosa había dicho (y hecho al decirlo), sino que había destinado a la hoguera a la creación de muchos poetas y músicos latinoamericanos que habían llegado a mí por la voz de la Cantora. Sólo por su voz. No por su coherencia o su genialidad.
Tardé, pero aprendí.
Y, nobleza obliga, extraño todo aquello que disparaba en mí esa voz.
Por eso, por estos días trataré de andar lejos de televisores y radios.
No sea cosa que, entre tanta pompa y circunstancia, se les ocurra poner en el aire la voz de La Negra.
Y la perdone.

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